La gran crecida que ingresó al embalse de Escaba y que este descargó durante la noche del 12 y el 13 de abril generó zozobra en Graneros y La Madrid, ribereñas al río Marapa aguas abajo. Pero, a pesar de la gravedad de lo ocurrido, fuimos relativamente afortunados: pudo haber sido mucho peor. El agua ingresada superó el nivel máximo permitido para el embalse superando el nivel del camino de coronamiento. No desbordó por sobre todo el dique gracias a sus barandas macizas, que “prolongan” su altura. Con ello se evitó el sobrepaso, fatal en diques de tierra (como La Angostura) y menos grave, aunque muy riesgosa, en diques de hormigón, si están bien diseñados, construidos y mantenidos, como es el caso de Escaba, que data de 1948.
Para afrontar las crecidas, Escaba cuenta con un manual de operaciones estudiado y aprobado por el Organismo Regulador de Seguridad de Presas (Orsep), dependiente de la Subsecretaría de Recursos Hídricos de la Nación). Si la empresa operadora cumplió o no con las normas establecidas para el caso, lo deberán definir ese organismo y la Comisión de Embalse y Desembalse provincial, que también instruye al operador sobre cómo manejar el embalse.
Las evidencias: la crecida que ingresó encontró al embalse a centímetros de su nivel máximo admisible. Luego, siguió subiendo, ya en zona no permitida, hasta acercarse al borde superior de la baranda del coronamiento, pero no la superó. La hidráulica indica que, en esas condiciones, si las compuertas se abrían totalmente, los caudales descargados habrían sido mucho mayores y también los estragos aguas abajo. A un punto que mejor no imaginar.
De todos modos, había que hacerlo, para evitar el sobrepaso total, poniendo en serio riesgo el dique. No había otra opción. Pero al cortarse la alimentación eléctrica a las compuertas, por caída de la línea de abastecimiento de EDET primero y luego por anegamiento del grupo electrógeno, hubo que accionarlas manualmente, tarea lenta, penosa y a oscuras, sin saberse cuánto habían abierto cada una de las siete compuertas sobre el aliviadero. Al no lograrse abrirlas totalmente, salió menos agua del embalse que la que ingresaba y la diferencia se acumuló en él, subiendo su nivel rápidamente. Así las cosas, la cantidad de agua que pasó hacia el cauce del Marapa fue bastante menor que si se hubieran abierto todas las compuertas.
La acumulación en el embalse, producto de una falla, produjo una imprevista pero beneficiosa atenuación, aunque insuficiente para evitar daños aguas abajo. Pero que quede en claro que fue a costa de sobreexigir la estructura, creando una situación de riesgo inadmisible que podría haber resultado en la destrucción del dique y los pueblos de Graneros y La Madrid. Afortunadamente, el dique soportó el embate.
No es consuelo para los damnificados, pero pudo ser mucho peor. La “oportuna” falla eléctrica hizo menos grave la desgracia. Debemos agradecer entonces que las inundaciones no fueron peores y que el dique mantuvo su integridad en la emergencia. De todos modos, no confiarse. Hay cosas a corregir para evitar o reducir los riesgos de fallas. Mantener tan alto un embalse en abril es evidentemente imprudente. Pensemos en El Cadillal y La Angostura, que son diques de tierra.